¿Qué es ser profeta? Sin duda que puede ser oportuno comenzar por recordar correctamente qué es la profecía. No están lejos los tiempos en que todos aprendíamos en el catecismo que los profetas eran señores que anunciaban con siglos de anticipación (“profetizaban”) acontecimientos futuros. Nos presentaron el profetismo como un ejercicio de adivinación. En el lenguaje ordinario solemos emplear actualmente todavía esta acepción del vocablo. Puede reforzar este sentido de profecía como adivinación una mala interpretación de la traducción de la frecuente frase bíblica: “Y esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta….” Sin embargo, ser profeta no es adivinar, cuanto hablar a la comunidad en nombre de Dios, inspirado por Dios, siendo impulsado por el fuego interior de la presencia de Dios. El profeta trata de presentar ante la comunidad las exigencias de la Palabra de Dios, una Palabra que exige, perdona, consuela o reconcilia. La profecía es un don de Dios para la comunidad, a través de un creyente.
El Concilio Vaticano II nos lo ha recordado: “Todos los Bautizados participamos de la función profética de Cristo, igual que de su función sacerdotal y real. Ser profeta no es una excepción, una suerte o una casualidad que se reproduce cada varios siglos. Ser profeta es algo tan común y repetido como el cristianismo, como los bautizados. Todos participamos de Cristo profeta. Todos estamos llamados a escuchar en nosotros mismos las exigencias de la Palabra de Dios ante los hechos, ante la realidad, y todos estamos llamados a hacerlas presentes en la comunidad. Todos tenemos derecho a la participación en la vida comunitaria por ese cauce.”
Tarea espiritual: Tomar en serio las palabras de Moisés: “Ojalá todo el pueblo de Dios profetizara y recibiera el espíritu del Señor.”