En la Misa dominical, vamos a escuchar estas palabras: “No es de los nuestros.” San Marcos en su Evangelio nos cuenta como Jesús envió a sus discípulos a predicar el Evangelio y expulsar demonios. De regreso, contentos por el deber cumplido, se jactan de haber prohibido expulsar demonios a uno que no era del grupo. Jesús desautoriza su celo, razonando que todo el que no está contra nosotros, está con nosotros.
Jesús nos llama, primeramente en nuestro Bautismo, a la generosidad y apertura hacia los otros: el que no está contra nosotros, está con nosotros. De modo que sus discípulos, en vez de imaginarnos hostilidades y fabricar fantasmas, tenemos que contar y cooperar con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que son muchos más de los que pensamos.
Antes de venir a Misa, estará útil recordar que todos los seres humanos pertenecemos a la misma familia, la humanidad. Entre seres humanos no cabe la división, ni la discriminación bajo pretexto de las diferencias. Nos diferencian muchas cosas, pero todas las diferencias sirven para enriquecer y multiplicar la eficacia de la actividad humana, no para justificar la desigualdad, ni la discriminación, ni las hostilidades y las guerras. Así lo han reconocido todas las naciones, al firmar la Declaración Universal de los Derechos Humanos que, en repetidas ocasiones, desautoriza la discriminación.
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“Hay variedad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu; hay toda clase de servicios, pero todos dirigidos a un mismo Señor; hay muchas formas de trabajo, pero todas ellas, en toda la gente, son trabajo del mismo Dios. En cada uno el Espíritu se manifiesta para el bien de todos.” Que el Señor Jesús nos dé a nosotros este Espíritu. (1 Corintios 12, 4-7)