28-29 de noviembre: Preparándonos para Celebrar la Misa

El Adviento es tiempo de esperanza, pero de esperanza responsable y vigilante. Para el antiguo Israel la espera del Mesías significó una larga preparación, no siempre fiel, para sentir la necesidad de un Redentor, que fuera revelación plena y personal del amor de Dios. Para nosotros en la Iglesia, el Adviento significa la responsabilidad y la fidelidad ante Él que ha venido como Redentor,  pero que volverá un día para coronar en nosotros su obra de salvación en la eternidad.

San Pablo nos va a decir hoy (1 Corintios 1,3-9): “Aguardamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.” Nuestro destino y nuestra salvación eterna nos imponen a diario la responsabilidad vigilante de aguardar el retorno definitivo de Cristo. “Ya sí, pero todavía no.” Vigilar significa estar en Cristo Jesús, con todo lo que ello comporta: perdón de los pecados, regeneración, renovación, etc., y es algo ya operante en el cristiano que ha sido lavado en el Bautismo. Pero aún no hemos llegado a la plenitud. De ahí una tensión.

Cuando esa tensión falta, nos encontramos con un cristianismo sin esperanza, privado del futuro de Dios, de su completa salvación. No podemos atarnos a mesianismos terrenos, vagamente humanitarios. Solo Cristo nos ofrece la salvación verdadera. En la solidaridad con Él está nuestra felicidad. La espera de la fiesta de Navidad nos presenta una oportunidad valiosa para crecer por la gracia en estas actitudes.

No puede, pues, adormecerse el creyente. Ha de vigilar constantemente. Nuestro Adviento ha de ser perpetuo. Exige un alerta continua, condicionante de toda nuestra vida en el tiempo. Requiere que siempre el alma esté esperando ansiosa y responsablemente a Cristo, reformador de nuestras miserias, penas, dificultades, y pruebas.

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O Virgen María, Señora del Adviento, Señora de los brazos vacíos, señora de la preñez evidente y extenuante: Cuánto deseamos que camines con nosotros. Cuánto necesitamos de ti, mujer del pueblo, que viajas presurosa y alegre a servir a Isabel, a pesar de tu vientre pesado y fatigoso. Entre las dos tejerán esperanzas y sueños.

Señora del Adviento, Señora de los brazos vacíos, también nosotros estamos preñados de esperanzas y sueños. Soñamos con que el canto de las aves no vuelva a ser turbado por el ruido de las balas. Soñamos con nuestros niños sin temores, cantando al fruto de tu vientre ya cercano. Soñamos con los niños del mundo durmiendo tranquilos al arrullo de un villancico. Soñamos que nuestras familias puedan vivir tranquilas y en paz.

Señora del Adviento, la de los brazos vacíos, visítanos como a tu prima. Monta tu burrito y ven presurosa. Nuestros corazones son pesebres huecos y fríos donde hace falta que nazca tu hijo. Ven, Señora, con tus gritos de parto a calentar nuestros corazones, a seguir tejiendo esperanzas con nosotros, como lo hiciste con Isabel. Solo así, en medio de la noche iluminada por tus brazos podremos volver a soñar…podremos gritar ¡es Navidad!

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