El pasado miércoles, con la imposición de la ceniza, iniciamos el tiempo de Cuaresma, camino que nos lleva a las Pascua. La Cuaresma puede ser tiempo fuerte que nos invita a profundizar en la oración, el ayuno, y la limosna, o lo que es lo mismo, a abrir nuestro corazón a Dios y a los demás y cerrarlo a muchas cosas superfluas, que con frecuencia nos impiden ver lo esencial.
Hoy, como Jesús, iniciamos nuestro camino en el desierto, lugar de soledad y silencio, de austeridad y desprendimiento, dejándonos guiar por el Espíritu y apoyándonos en la Palabra de Dios.
Según Mateo 4, 1-11, Jesús pasó cuarenta días en el desierto ayunando y orando para prepararse para su gran opción: aceptar ser el tipo de Mesías que Dios Padre quería para Él. También nosotros tenemos cuarenta días por delante para volver a examinarnos ante Dios si queremos ser (y si somos) el tipo de cristianos que Dios quiere que seamos. Miramos con admiración a Jesús (presente entre nosotros) para ver si con Él y con su poder estamos dispuestos a rechazar las tentaciones que intentan desviarnos de la tarea y misión que Dios nos ha dado.
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Oremos. “Padre, en el desierto, tu Hijo luchó durante cuarenta días por las exigencias de su misión, y venció todas las tentaciones. En estos cuarenta días de Cuaresma conviértenos, haz que nuestros corazones giren a la paz de tu perdón, a la luz de tu amor, y de tu preocupación por nosotros. Haz que encontremos la vida y la alegría que Jesús nos trae; y disponnos a compartir con otros. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.”