26-27 de junio: Preparándonos para Celebrar la Misa Dominical

“Jesús le dijo, ‘Hija, por tu fe has sido sanada. Vete tranquila y curada ya de tu enfermedad.” Marcos 5, 34

En el camino a la casa de Jairo, Jesús se encuentra con una mujer que ha sufrido de una hemorragia desde hace doce años. esta mujer cree que con tan solo tocar el manto de Jesús, será sanada, y así ocurre. Por doce años, esta mujer estuvo excluida de su comunidad. Según la ley judía, era impura: no podía cocinar para su familia, sentarse en las mismas sillas o visitar a la sinagoga. estaba excluida de su comunidad durante toda la vida de la hija de Jairo, que como luego descubrimos tiene doce años. Después de que la mujer confiesa a Jesús lo que ha hecho, Jesús dice “hija.” Es un paralelismo hermoso que mientras Jesús va de camino para sanar la hija de Jairo, también sana una de “las suyas.”

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La Resurrección de Jesús es la prueba de que la muerte ha sido vencida en su raíz. La muerte es la puerta hacia la vida. Diariamente, pero en especial cuando estamos congregados para celebrar la Misa,  expresamos nuestra fe: creemos en Jesús como “el Señor de la Vida.”

Es curioso observar que son bastantes los que asocian la muerte exclusivamente con Dios, como si ésta fuera algo ideado por Él para asustarnos o para hacernos caer un día en sus manos. Dios sería un personaje siniestro que nos deja en libertad durante unos años, pero que nos espera al final en la oscuridad de esa muerte tan temida.

Sin embargo, la tradición Bíblica insiste una y otra vez en que Dios no quiere la muerte. El ser humano, fruto del amor infinito de Dios, no ha sido pensado, ni creado, para terminar en la nada. La muerte no puede ser el objetivo o la intención última del proyecto de Dios sobre el hombre.

Dios quiere la vida del ser humano. Su proyecto va más allá de la muerte biológica. La fe del creyente, iluminada por la Resurrección de Cristo, está bien expresada por el salmista: “No me entregarás a la muerte ni dejarás a tu amigo conocer la corrupción.” (Salmo 16, 10) La actuación de Jesús agarrando con su mano a la joven muerta para rescatarla de la muerte es encarnación y signo visible de la acción de Dios, dispuesto a salvar de la muerte a todo ser humano.

Oremos. “O Dios, no nos permitas dejar improductivo el regalo de tu gracia, sino más bien ayúdanos a usarla como una fuerza alentadora para levantar a los hermanos y hermanas que comparten vida con nosotros, y construir juntos un mundo de compasión y justicia. Y ojalá que así la vida de Jesús resucitado obre ya en nosotros ahora, hasta que nos resucites en el último día por medio del mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.”

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