24-25 de septiembre: Preparándonos para Celebrar la Misa Dominical

La parábola del rico y de Lázaro (Lucas 16, 19-31) termina por zanjar la incompatibilidad entre el seguimiento a Jesús y el servicio a la riqueza o la imposibilidad de servir a Dios y al dinero. El relato presenta dos estilos de vida: el rico, que se jacta del lujo, de vestidos finos, y de sus banquetes diarios; y Lázaro, mendigo, hambriento, y cuya mendicidad lo lleva a una marginación total. Sin embargo, la muerte nivela a todos, pero en este caso el pobre Lázaro es llevado por los ángeles al seno de Abraham, mientras que el rico es sepultado y destinado al reino de la muerte.

Normalmente surge la tentación de pensar que la enseñanza de esta parábola va dirigida exclusivamente a los que más tienen, pero no es así. También va para todos los materializados –aunque sean pobres económicamente hablando– pues han endiosado lo mucho o poco que poseen y, por tanto, viven en la indiferencia ante el hermano que sufre. Esa indiferencia es a la que alude, en reiteradas ocasiones, el propio Papa Francisco y que mantiene enferma a la sociedad de hoy, porque ni siquiera la promesa de Jesús acerca de la resurrección sensibiliza a un mundo sin Dios y deshumanizado. Por eso es tiempo de “discernir” y tomar la opción por Jesús, antes de que la muerte nos sorprenda.

Oremos. “Padre, escucha nuestras plegarias por amor de tu Hijo Jesucristo. Él, siendo rico, por nosotros se hizo pobre, a fin de que nosotros nos enriqueciéramos con su pobreza. Llénanos, Padre, con el mismo amor con que lo amaste. Te lo pedimos por Él, que contigo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.”

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