23 de octubre: El Día del Señor

Hoy, de nuevo, Jesús pone delante de la pantalla de nuestra vida el trato personal que hemos de tener con Dios. Nos marca una hoja de ruta para alcanzar la perfección en la oración. ¡Qué bueno sería que nos analizásemos un poco! ¿Cómo está nuestra relación con el Señor? ¿Ya existe? ¿Es distante o cercana? ¿Altanera o humilde? ¿Egoísta o gratuita?

Con qué claridad, el Señor nos dice lo que piensa. No es bueno el sentirnos seguros de nosotros mismos. Entre otras cosas porque, ello, nos lleva al distanciamiento de Dios y, junto con ello, a los juicios injustos sobre los demás. La autocomplacencia no es buena.

Cuando los domingos nos reunimos en la Eucaristía, cuando participamos en diversos actos litúrgicos, pastorales, caritativos o de índole pastoral, no lo hemos de hacer desde un “ajuste de cuentas con Dios” … “mira lo qué hago” … “recuerda que yo sí y otros no.”

Venir a la Eucaristía de cada domingo es presentarnos ante el Señor, y después de escuchar atentamente su palabra, interpelarnos: ¿Qué quieres hoy de mí? ¿Qué esperas de mí en esta próxima semana? ¿En qué debo cambiar yo, no los demás, para que mi nombre de cristiano sea límpido como la aurora de un nuevo día?

Oremos. “Aumenta, Señor, en nosotros la fe, la esperanza, y la caridad para que cumplamos con amor tus mandamientos y podamos conseguir, así, el cielo que nos tienes prometido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que siendo Dios vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.”

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