22-23 de octubre: Preparándonos para Celebrar la Misa Dominical

Nos es más que conocida la parábola del fariseo y del publicano (Lucas 18, 9-14). Ambos personajes representan los dos extremos religiosos de la sociedad judía. La parábola, según el primer versículo, va dirigida a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás (v. 9). Al leer o escuchar la parábola, fácilmente nos identificamos con el publicano, aunque nuestro comportamiento tenga más del fariseo, porque acostumbramos a pedir perdón, aunque muchas veces vaya revestido de una falsa humildad, forma sutil del orgullo encubierto. El Señor nos quiere decir: Toda oración verdadera y válida supone siempre una actitud humilde.

El publicano encarna la actitud de la verdad y de la humildad. Su oración es corta, usa pocas palabras y un solo grito pidiendo compasión: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.” (v.13) Es decir, se descubre ante Dios tal cual es y se confía a su misericordia. Su confianza está solo en Dios. Se presenta ante Dios sin esconderse, sin ninguna máscara, sin defenderse ni justificarse, y se confía a su misericordia. Suplicó misericordia y recibió el perdón. Jesús dice que el publicano bajó a su casa justificado, es decir, salió transformado, ya que se había situado ante Dios en su justa posición, en verdad y humildad.

Usando esta parábola, Jesús nos invita a descubrimos, a desenmascaramos, y a renovar nuestra vida ante Dios.

Oremos. “Padre, danos un espíritu de humildad, un anhelo firme, y una fe inquebrantable en que tú nos resucitarás con Jesús, y haz que esta convicción sea nuestra fuerza cada día de nuestra vida. Te lo pedimos por medio de Cristo nuestro Señor. Amén.”

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