21 de marzo: “Contracorriente”

Nuestros antepasados, la primera comunidad cristiana, vivía su compromiso cristiano de forma muy radical. Para ellos el haber descubierto a Jesús de Nazareth era algo tan importante y fundamental que sus vidas habían cambiado para siempre. Se daban cuenta que el proyecto de Jesús era algo muy serio y que no era fácil seguirlo.

Las mismas primeras comunidades vivían como a “contracorriente” de la sociedad de su tiempo (judíos, imperio romano…) y por ello eran muy exigentes a la hora de admitir miembros de pleno derecho dentro de ellas. Por eso, existía un largo proceso que duraba más de tres años en los cuales los que querían entrar en la comunidad pasaban por una serie de etapas, aprendían los valores con que tenían que vivir, recibían una enseñanza de las verdades en las que la comunidad vivía, e iban ejercitándose en un compromiso. Era lo que se llamaba “el catecumenado” (el proceso que hemos descubierto después del Concilio Vaticano II). Al final, recibían en la noche de Pascua los sacramentos de iniciación: Bautismo, Confirmación, y Eucaristía.

La Cuaresma en nuestra época quiere recordarnos eso mismo. La radical entrega que supone el seguir a Jesús. Lo difícil que es. Los limitados que somos y la cantidad de veces que nos volvemos atrás de nuestra decisión de seguir a Jesús. Cuaresma es un tiempo para rehacer nuestro camino y volver a configurarnos con Cristo. Eso lo vivimos cada año en la Pascua. Ahí resucita Cristo y resucitamos, se nos da un nuevo “chance” a cada uno. Pero no podemos dejarlo todo para ese momento. Es preciso “morir” antes de resucitar. No hay domingo de Resurrección sin viernes de dolor.

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