21-22 de noviembre: Preparándonos para Celebrar la Misa

Al terminar el ciclo litúrgico, en el que hemos hecho un recorrido por la vida, los milagros y enseñanzas de Jesús, se nos presenta el colofón (o la culminación) de lo que será nuestra vida en el definitivo encuentro amoroso con Dios.

Fin y finalidad coexisten en el católico. Cuando expresamos la finalidad de una cosa que hemos creado, por ejemplo una silla, remarcamos el “para qué” se hizo,  también decimos su fin – “para sentarse.” En nosotros el fin, Dios, y nuestra finalidad, “nuestro para que,” también nos definen en esta vida… y no hay que esperar la otra de brazos cruzados.

Entonces, ¿dónde podemos poner el acento nosotros en la consideración del Evangelio de hoy? ¿En el fin, o en su finalidad? Si sólo esperamos “ser juzgados” y medimos el temor que nos da la frustración de lo que “no hemos hecho” sería una lectura muy pobre…o por lo menos reductiva del Evangelio. Por el contrario, si descubrimos en los acentos que se van dando, donde Jesús nos grita que es lo que hacemos por los pobres, por los pequeños, por los últimos, por los olvidados lo que, finalmente, hacemos por Él; nos parece descubriríamos el “para qué” al cual estamos llamados; no trabajar tanto el temor de la frustración, sino descubrir lo invitante de la plenitud a la cual Dios nos llama. Para llegar a esa plenitud, “Vengan, benditos de mi Padre,” lo que decide no es la acumulación de obras y de actitudes, sino el encuentro y el reconocimiento de Jesús en la persona del prójimo. Esas serían las palabras que debieran taladrarnos el corazón de día y de noche: “Lo que hicieron por estos más pequeños, por mí lo hicieron.”

No basta con aclamar a Jesucristo como nuestro Rey y Señor. Nuestra misión en la vida es hacer que su Reino sea una realidad en medio de nosotros y ofrecer ese Reino a los que nos rodean por medio de nuestras palabras y de nuestras obras. La única manera de llevar esto a cabo es vivir como Jesús vivió: entregado totalmente a los demás, en amor y servicio.

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