20 de septiembre: La Luz del Evangelio

“Nadie enciende una vela y la tapa con alguna vasija o la esconde debajo de la cama…” (Lucas 8, 16-18) Jesús ha venido a traer un mensaje de salvación, amor, y esperanza para todo el mundo. No quiere ocultarlo, no quiere esconderlo. Su deseo es que todos lo lleguen a conocer, que todos sientan la potencia y la energía del amor de Dios, capaz de renovar sus vidas, de abrir nuevos horizontes, y de llevarnos a una vida en plenitud.

Lo que pasa es que siempre ha habido los que consciente o inconscientemente han querido ocultar ese mensaje. Han deseado que sólo fuese para un pequeño grupo de elegidos. Los mismos Apóstoles se quejaron en un momento determinado a Jesús de que había otros que pretendían expulsar demonios en su nombre. Más adelante, a lo largo de la historia de la Iglesia, también el Evangelio se ha ocultado bajo capas de tradiciones y costumbres, de moral y teología. Hasta la lectura de la Biblia se restringió durante mucho tiempo impidiendo que el pueblo cristiano accediese a la Palabra de Dios.

Pero lo mejor es que la luz de la vela sale siempre adelante. Siempre hay alguien que toma la vela y la pone en el candelero para que todos la vean. Pensemos en las grandes figuras del pasado: un Francisco de Asís, por ejemplo. Con una vida muy sencilla hizo que todos viesen la potencia de la luz del Evangelio.

Recordemos hoy que la Iglesia no es sólo la jerarquía. La Iglesia somos todos los creyentes. La Iglesia es el Pueblo de Dios, los de arriba y los de abajo. Todos somos responsables de hacer que la luz del Evangelio siga brillando en nuestro mundo y atrayendo a todos a la vida y a la esperanza. Todos somos responsables de hacer que la vela no quede oculta, sino que brille en el candelero y que todos la puedan ver.

Oremos. “O Dios, tú quieres que nuestra fe sea como lámpara colocada en el candelero, para que la gente vea tu luz y no se tropiece en la oscuridad. Dirígenos tu Palabra, danos el Espíritu vivificante de tu Hijo, su Espíritu de unidad y libertad, para que seamos para el mundo como ‘un Cristo presente de nuevo,’ humano y cercano, Él que vive contigo por los siglos de los siglos. Amén.”

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