20-21 de marzo: Preparándonos para Celebra la Misa Dominical

Según el Evangelio de San Juan (12,20-33) unos peregrinos griegos que han venido a celebrar la Pascua de los judíos se acercan a Felipe con una petición: “Queremos ver a Jesús.” No es curiosidad. Es un deseo profundo de conocer el misterio que se encierra en aquel hombre de Dios. También a ellos les puede hacer bien.

A Jesús se le ve preocupado. Dentro de unos días será crucificado. Cuando le comunican el deseo de los peregrinos griegos, pronuncia unas palabras desconcertantes: “Llega la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre.” Cuando sea crucificado, todos podrán ver con claridad dónde está su verdadera grandeza y su gloria. Probablemente nadie le ha entendido nada. Pero Jesús, pensando en la forma de muerte que le espera, insiste: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.”

¿Qué es lo que se esconde en el crucificado para que tenga ese poder de atracción? Sólo una cosa: ¡su amor increíble a todos!

El amor es invisible. Sólo lo podemos ver en los gestos, los signos, y la entrega de quien nos quiere bien. Por eso, en Jesús crucificado, en su vida entregada hasta la muerte, podemos percibir el amor insondable de Dios. En realidad, sólo empezamos a ser cristianos cuando nos sentimos atraídos por Jesús. Sólo empezamos a entender algo de la fe cuando nos sentimos amados por Dios.

Este tiempo Cuaresmal nos está invitando a recordar que quien vive exclusivamente para su bienestar, su dinero, su éxito o seguridad, termina viviendo una vida estéril: su paso por este mundo no hace la vida más humana. Quien se arriesga a vivir en actitud abierta y generosa, difunde vida, irradia alegría, y ayuda a vivir. No hay una manera más apasionante de vivir que hacer la vida de los demás más humana y llevadera. ¿Cómo podremos seguir a Jesús si no nos sentimos atraídos por su estilo de vida?

Oremos. “O Dios a causa de su amor hacia ti y hacia nosotros, para tu Hijo Jesús ningún sufrimiento fue demasiado doloroso, ninguna muerte demasiado costosa, con tal de conseguirnos vida y felicidad eterna. Por medio de nuestra peregrinación Cuaresmal, ayúdanos a aceptar las invitaciones y los riesgos del amor. Danos la gracia de seguir a tu Hijo, viviendo no para nosotros mismos sino para los demás, y danos la certeza de que el dolor o la muerte no es el fin, sino la semilla de un nuevo comienzo en Jesucristo nuestro Señor. Amén.”

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