19 de marzo: El Día del Señor

Escuchamos hoy, como el domingo anterior, un largo texto del Evangelio (Juan 9, 1-41). Y, también como el domingo anterior, el texto nos ha contado la historia de una persona que se encontró a Cristo en su camino, y salió transformado de ese encuentro. El domingo pasado fue la samaritana, que iba a sacar agua del pozo, y se encontró con que Jesús le ofrecía un manantial de agua que no se terminaría nunca, el agua renovadora, capaz de dar una vida nueva, que venía del propio Jesús. Y hoy, de nuevo, nos encontramos con la historia de un hombre que busca: un ciego de nacimiento, que buscaba la luz.

La Cuaresma nos está recordando que Jesús es luz no solamente para los ciegos – es Luz del mundo. Jesús se encuentra en mitad de su camino al ciego (que lo era de nacimiento, que nunca había visto la luz, que debía vivir de la limosna pública, y que encima la gente decía que aquello le ocurría por castigo de Dios-), se acerca a él, y le da la vista. Y todo se convierte entonces en algo nuevo: la vida de aquel hombre ha cambiado, su encuentro con Jesús lo ha hecho un hombre distinto, y parece como si volviera a nacer: porque va a empezar una vida más plena, más libre, y más feliz.

Dios nos está llamando también, por medio de Jesucristo, a empezar una vida más plena, más libre, y más feliz … a ser verdaderamente hijos e hijas de la luz. Que ojalá sepamos dar testimonio de la luz de Cristo en la vida de cada día, viviendo con bondad, justicia, y verdad. Y que Dios nos bendiga para esta misión, de modo que seamos para todos una verdadera bendición.

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