19 de febrero: El Día del Señor

La primera lectura de la Misa de hoy (del Levítico 19), contiene la llamada a ser santos, porque y como Dios lo es. Es un imperativo (sean santos) y un futuro (serán santos). Es una orden, así nos lo manda a Dios; es una meta, pues lo seremos de forma progresiva, sin llegar nunca a la perfección, dependiendo de la ayuda de Dios y su gracia. El motivo de la llamada a la santidad es que Dios se nos propone como modelo, hay que ser santos para ser como Él.

Pero, ¿en qué consiste esa santidad? Se puede deducir, en primer lugar, por los mandatos que Dios pone en boca de Moisés después de la llamada a la santidad, a saber, no odiar al hermano, y amar al prójimo. Llama a no responder en la misma medida ni a devolver el trato recibido. Y esto ya es imitar a Dios.

Recordemos que en el Levítico y, en general, en el Antiguo Testamento, cuando se habla del hermano y el prójimo se refiere solamente a los miembros del pueblo de Israel y, en ocasiones, el concepto es aún más restringido. Sin embargo, llegados a la enseñanza de Jesucristo (Mateo 5-7) nos encontramos con una ampliación universal del concepto de prójimo; ahora lo es cualquier persona independientemente de su pertenencia a un pueblo, sea escogido o no por Dios. Llega incluso a pedirnos el amor a los enemigos. Sin duda, con esto se cumple la ley llevándola a plenitud – no abole, perfecciona.

Para reflejar: Es necesario que en nuestras vidas reine un amor activo: no bastan los sentimientos, ni las palabras. Es necesario hacer el bien como nuestro Padre del Cielo que, sin discriminación, “hace salir el sol sobre buenos y malos.”

footer-logo
Translate »