19-20 de junio: Preparándonos Para Celebrar la Misa Dominical

“El miedo llamó a mi puerta. La fe fue a abrir. No había nadie.”

“¿Quién es éste?” La Iglesia nos va a ofrecer Marcos 4, 35-41 durante de la Misa del XII domingo del tiempo ordinario. Recordaremos que el miedo hace tambalear la débil fe de los discípulos cuando experimentan serio peligro. También a nosotros nos pregunta Jesús: “¿Por qué tienen miedo? ¿Por qué es tan débil su fe?” Lo opuesto a la fe es … el miedo.

Algo que podemos aprender de esta escena Evangélica es que tenerle en nuestra barca, no significa que estemos seguros “a pesar de la tempestad,” sino que todo marcha bien “en medio” de la borrasca, que sólo se llega a la otra orilla venciendo las borrascas. Que no podemos quedarnos donde siempre, en lo seguro, en lo ya conocido.

Como nos va a decir San Pablo: “El que vive con Cristo, es una creatura nueva. ‘Lo viejo’ ha pasado, ha llegado lo nuevo.” Tener fe, por tanto, no significa dar por hecho que Él calmará todas las tormentas. Tener fe significa confiar en que en medio de la tormenta Él va con nosotros. Tener fe es no tener miedo a hundirse, porque Él va a bordo.

Cristo murió por todos, para que los que vivimos, ya no vivamos para nosotros mismos, sino para el que murió y resucitó por nosotros. Por eso, que no sea el miedo quien nos apremie: sino que nos apremie el amor de Cristo. Tener fe no es esperar que Él calme la tormenta (aunque algunas veces lo haga), sino ir fiados del Padre, y saber que la tormenta nos dará pericia, nos hará fuertes, y podremos llegar a otro puerto al que Él nos conduce, a esa “otra orilla” que no conocemos, a esos que no son de los nuestros, a esas periferias que no le interesan a nadie. ¡Pero a Él sí! Y necesita (¡nos exige!) que vayamos con Él. Y al final de todas nuestras travesías tormentosas, Él nos esperará “en la Otra Orilla.”

Oremos. “Oh Dios, fuerte y poderoso, cuando clamamos a ti en las tempestades de la vida, danos seguridad de que tú te preocupas y de que estás con nosotros, aun cuando parezca que estás ausente. Que nuestra fe permanezca pacífica y serena y se haga más profunda en cada prueba. Haz que sigamos creyendo que las olas te obedecen y que, estando a tus órdenes, los poderes del mal no pueden dañarnos. Quédate con nosotros por medio de tu Hijo, Jesucristo, nuestro Señor. Amén.”

 

 

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