18 de agosto: La Madre de la Esperanza

Como hemos visto, la esperanza es un don por el que debemos rogar constantemente. Al leer las noticias pareciera que el mundo está de cabeza. Al mismo tiempo, en el ámbito de la vida personal, uno puede estar pasando por situaciones económicas difíciles, circunstancias familiares complicadas, crisis espirituales, y estados físicos insoportables. Todas estas son cosas que nos van robando la alegría.

Ante tanto dolor y tristeza, ¿cómo evitar que “se nos escape” la esperanza?

Mantener la mirada en el cielo con una vida de oración: La palabra esperanza viene del latín “spes” que significa esperar. Entonces, ¿qué espera un cristiano? ¿Qué es lo que espera un cristiano que lo puede llenar de alegría aún en los momentos más oscuros? En palabras del Papa Francisco, un creyente: “espera de alguien que está por llegar: es Cristo el Señor que se acerca siempre más a nosotros.” En definitiva, el cristiano espera a Cristo. El Papa se refiere a la esperanza en los siguientes términos: “La esperanza cristiana no es solo un deseo, un auspicio, no es optimismo: para un cristiano, la esperanza es espera, espera ferviente, apasionada por el cumplimiento último y definitivo de un misterio, el misterio del amor de Dios en el que hemos renacido y en el que ya vivimos.”

La única forma de llegar a conocer dicho misterio de amor que da sentido a la vida y al sufrimiento humano, es por medio de la oración; conocer a Cristo. Esto puede llegar sonar muy complicado lejano, pero realmente no es así. Es en verdad tan sencillo como ponerte de rodillas ante el Crucifijo en el hogar y decir: “Hola Dios, soy Lupe y estoy aquí para saber más de ti.” Será Él quien te enseñe su verdad y sus promesas. Ponerse ante Dios es encontrarse con el amor incondicional y eterno más real que existe, constatar el amor en su mayor grado de pureza, es ser invitado a confiar profundamente en sus palabras y esperar alegremente en Él. Mantener “una vida oración” te da la oportunidad de confirmar esta experiencia de confianza cada día, y saber verdaderamente que hay algo más allá del dolor. En ese sentido, se ha dicho varias veces que la Virgen María es la primera cristiana. La Virgen es el mayor ejemplo de cómo vivir la virtud de la esperanza ya que es quien da su “fiat” (“sí”) al Señor confiando enteramente en su plan. Que no se nos pase confiarle nuestros miedos y pedirle interceda a Dios por nuestros corazones para que el Espíritu Santo los llene de confianza y esperanza en el Señor.

Oremos. “¡Oh excelsa Madre de Dios y Esperanza de nosotros! Tú fuiste, eres, y serás, después de Jesús, toda nuestra esperanza. Oh Madre buena y poderosa, Oh Madre de la Esperanza, sabedor de que has recibido la misión divina de guardar, guiar, ayudar, alegrar, y consolar a las almas, a ti acudimos con inquebrantable fe e ilimitada seguridad. Tu título de Madre de la Esperanza nos alienta especialmente: tú eres, por derecho legítimo, la poderosa intercesora, honor, y gracia que adquiriste desde el momento mismo de la Anunciación, y fuiste acrecentando cada día, con tu propio dolor. ¡Oh Madre buena y poderosa, Oh Madre de nuestra Esperanza, escucha nuestras necesidades. Atiende, te suplicamos, lo que con gran fe y esperanza solicitamos. Danos alivio y aliento, danos solución a nuestras necesidades, porque nosotros solos no podemos nada. Escucha nuestra plegaria, porque de ti todo lo esperamos, Madre y Señora nuestra, Virgen de nuestra Esperanza. Por Jesucristo tu Hijo, nuestro Señor. Amén.”

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