18-19 de marzo: Preparándonos para Celebrar la Misa Dominical

El Cuarto Domingo de Cuaresma nos enfrenta con nuestra ceguera – porque no vemos nada. Vemos escasamente la superficie de las personas, de las cosas, y de los acontecimientos, pero no vemos su verdadera y profunda realidad, o dicho Bíblicamente: “el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón.” El corazón de la vida se nos escapa fácilmente. Nos creemos muy lúcidos, pero somos ciegos muchas veces y esta es la peor ceguera – no saber que estamos ciegos. Somos ciegos, por ejemplo, para ver los acontecimientos. Los contemplamos como algo rutinario o fortuito. O quizá nos admiramos o sorprendemos, pero de forma pasajera, sin que nos deje huella alguna.

En el Evangelio de San Juan, los milagros (o signos) son siempre hechos luminosos que tienen un significado. Los milagros de Jesús son como “palabras visibles.” Así, por ejemplo, la multiplicación de los panes nos habla de otro pan que se da y se multiplica para todos los creyentes: la vida abundante que Jesús vino a traer al mundo. Jesús mismo es el pan y la vida, el que coma de ese pan no morirá para siempre. También el milagro de la curación del ciego de nacimiento (Juan 9, 1-41) tiene su otra dimensión y no es un hecho desnudo o simple beneficio que Jesús hace a un pobre hombre. Es un hecho revelador de la verdad de Jesús y tiene su mensaje propio que debemos escuchar. En este caso, San Juan desarrolla dramáticamente, a lo largo de todo el capítulo noveno de su Evangelio, lo que ya ha proclamado en su prólogo (capítulo 1) con precisión: que la Luz vino al mundo y las tinieblas no la recibieron.

Según San Agustín: “Somos nosotros ese ciego a quien Jesús da ojos dos veces: primero, para mirarlo, y luego para verlo. Hasta el último momento de nuestra vida, no dejemos de repetir la misma oración: ‘Jesús, dame ojos para verte.’”

Oremos. “Padre, que la luz de Cristo resplandezca en nosotros, para que los que viven a nuestro lado descubran en nosotros un poco de la bondad de tu Hijo, de su amor compasivo, de la verdad que Él proclamó, y de la nueva vida que nos trajo. Ojalá así todos los seres humanos te alaben y vean tu luz, por los siglos de los siglos. Amén.”

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