11 de febrero: El Día del Señor

Estamos descubriendo, gracias al Evangelio de San Marcos, que Jesús era muy sensible al sufrimiento de quienes encontraba en su camino, marginados por la sociedad, olvidados por la religión o rechazados por los sectores que se consideraban superiores moral o religiosamente. Es algo que le sale de dentro. Sabe que Dios no discrimina a nadie. No rechaza ni excomulga. No es solo de los buenos. A todos acoge y bendice.

San Marcos recoge en su relato la curación de un leproso (1, 40-45) para destacar esa predilección de Jesús por los excluidos. Jesús está atravesando una región solitaria. De pronto se le acerca un leproso. No viene acompañado por nadie. Vive en la soledad. Lleva en su piel la marca de su exclusión. Las leyes lo condenan a vivir apartado de todos. Es un ser impuro. Pero, de rodillas, el leproso hace a Jesús una súplica humilde. Se siente sucio. No le habla de enfermedad. Solo quiere verse limpio de todo estigma: “Si quieres, puedes limpiarme.” Jesús se conmueve al ver a sus pies aquel ser humano desfigurado por la enfermedad y el abandono de todos. Aquel hombre representa la soledad y la desesperación de tantos estigmatizados. Jesús “extiende su mano” nos dice San Marcos y, buscando el contacto con su piel, “lo toca” y le dice: “Quiero. Queda limpio.” ¡Que enorme es ese momento!

Siempre que discriminamos desde nuestra supuesta superioridad moral a diferentes grupos humanos (vagabundos, prostitutas, inmigrantes…) o los excluimos de la convivencia negándoles nuestra acogida, nos estamos alejando gravemente de Jesús.

El Señor nos invita a sentirnos sanados y limpiados, a vivir con un corazón agradecido,  a vivir en actitud de servicio, diciendo bien alto [a todos] lo que Él ha hecho por nosotros y lo que Él ha hecho con nosotros.

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