Dios ha sido generoso con nosotros, pero nosotros con frecuencia hemos sido tacaños con otros a la hora de compartir nuestro amor y nuestras cosas. ¿Hasta qué punto nos atrevemos a vivir en las manos de Dios – como las viudas en las Escrituras de la Misa de hoy? Como católicos, ¿no debería ser esa nuestra marca registrada, “denominación de origen,” juntamente con el amor de unos para con otros?
Se supone que amamos tanto a Dios que confiamos en Él completa y absolutamente, sin condiciones, sin miedo ni vacilación. Ése fue el estilo de vida de Jesús, quien vivió totalmente en las manos de su Padre. Incluso en su muerte humillante en la Cruz pudo exclamar: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.” Aun siendo nosotros tímidos y débiles, ofrecemos diariamente, con Cristo nuestro Señor, nuestra confianza al Padre y le confiamos también todos nuestros seres queridos.
***
Después de estar congregados alrededor de la Mesa del Señor hoy, marchemos a nuestra vida cotidiana, para ser verdaderamente católicos, es decir, personas semejantes a Cristo. Y que no contemos nunca el costo de nuestra donación y entrega.