10-11 de octubre: Preparándonos Para Celebrar La Misa Dominical

Fíjense que la fiesta de bodas (Mateo 22,1-14) no se iba a suspender porque los primeros invitados fueran unos groseros o unos criminales. Y la invitación se extendió a todos los que quisieron aceptarla. Y los criados del Padre del novio salieron a los caminos y reunieron en la sala del banquete a todos los que encontraron, buenos y malos. No se les pedía a ninguno certificado de buena conducta, pero…

Pero uno de los que aceptaron esta nueva invitación se presentó en la sala del banquete sin el traje de fiesta: “Cuando entró el rey a ver a los comensales, reparó en uno que no iba vestido de fiesta, y le dijo: ‘Amigo, ¿cómo es que has entrado aquí sin traje de fiesta?’” No se trata del traje de etiqueta que se exige en las fiestas clásicas. El traje de fiesta en el Evangelio simboliza el nuevo modo de vivir, es decir, el compromiso de trabajar en la construcción del reino de Dios, en convertir este mundo en una inmensa familia, y en hacer que la vida de los hombres sea una permanente fiesta.

La parábola de hoy, además de ser una nueva denuncia de los sumos sacerdotes y senadores, esto es, de los responsables religiosos del pueblo de Israel -los primeros convidados que no quisieron aceptar la invitación-, contiene una advertencia para los cristianos: no se puede jugar con dos barajas. No se puede pretender formar parte del reino de Dios y conservar el modo de pensar del mundo este; no se puede decir que Dios es nuestro Padre sin trabajar para organizar el mundo de tal modo que todos podamos vivir como hermanos y hermanas. Ese es el traje de fiesta que se nos exige: no un traje que nos separa a unos de otros, sino un traje que nos iguala como hijos e hijas y como hermanos y hermanas.

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