10-11 de abril: Preparándonos para Celebrar la Misa Dominical

Las lecturas del Segundo Domingo de Pascua nos ofrecen claves importantes sobre cómo ha de ser la Comunidad del Resucitado:

Primero: Debemos ser una Iglesia que está cerca a los “heridos” y crucificados de hoy, para “tocar sus llagas” en los sufrientes de hoy. Eso que el Papa Francisco llama una Iglesia “hospital de campaña,” una “Iglesia samaritana,” una Iglesia que se va a buscar a los descartados.

Segundo: Una Iglesia que es comunidad de hermanos que comparten y reparten lo que tienen, y se aman entre sí. El libro de los Hechos de los Apóstoles lo explica suficientemente (4,32-35, por ejemplo).

Tercero: Una Iglesia que es “misericordiosa,” que quiere, procura, y sabe reconciliar y perdonar; que pone la compasión y la misericordia por encima de las leyes, y al servicio de las personas.

Cuarto: Una Iglesia que es instrumento de Paz  (según el ejemplo de San Francisco de Asís), que sabe dialogar, acoger, comprender, acompañar, y hacerse presente en los conflictos para tender puentes.

Quinto: Una Iglesia que no se encierra en sí misma, que sale a las periferias, que pone en el centro al Señor, y no a sí misma; que huye del clericalismo para ser Pueblo de Dios, comunidad fraterna, y de servicio mutuo.

Cuando alguien busque al Señor, es lo mejor (¿lo único?) que podemos ofrecerle: “esto es lo que hace el Señor con nosotros.” De poco valen los documentos, los discursos, ni los catecismos, ni siquiera la lectura de la Biblia. Todo esto, si acaso, viniese después. Antes es permitir al Señor que nos transforme, que nos cambie la vida, que nos perdone, que nos pacifique, que nos comprometa al servicio de los más necesitados. Que sea de verdad “Señor mío y Dios mío.”

Y por eso la Iglesia tiene que esforzarse, mejorar, convertirse, purificarse, adaptarse, y cambiar para poder ofrecer estos “caminos” de fe y responder a los retos de hoy. No hay fe sin comunidad de testigos. No hay fe sin compromiso personal de entrega. No hay fe sin encuentro personal con el Resucitado.

Oremos. “Padre amoroso, nosotros no hemos visto a tu Hijo Resucitado, ni hemos metido nuestras manos en su costado, pero creemos que Él es nuestro Señor. Que esta fe nos una en amor y nos haga responsables de cualquiera que esté necesitado entre nosotros. Que seamos realmente una comunidad “una en alma y corazón,” creyendo, esperando, compartiendo la esperanza unos con otros con alegría, y alabándote a ti, Dios nuestro, por medio de Jesucristo nuestro Señor. Amén.”

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Coronilla de la Divina Misericordia: https://youtu.be/T59D7TLqCFE

 

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